lunes, 3 de enero de 2011

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Cecilia

¿Una cita? ¿Tengo una cita con Paolo? No me lo puedo creer...después de todo lo que nos ha pasado en tan poco tiempo y ahora es como si fuésemos amigos de toda la vida.
Me volví a vestir con la ropa que había dejado tirada en el suelo antes de meterme en la ducha. Esta vez me maquillé más aseadamente. Cogí una de las sombras azules de ojos que usaba raramente y me pinté todo el párpado móvil, dejando una mirada impactante. A lo mejor el chico estaba arrepentido de verdad...y encima me había dicho que yo le importaba...
¿Pero cómo podíamos haber llegado a todo aquello en tan solo 3 días?
Dentro de un par de semanas comenzaría la universidad y tendría que pasar menos tiempo con él. Aunque por otro lado vivíamos en el mismo edificio y eso siempre era una gran ventaja.
Me di mis últimos toques y bajé las escaleras en las que casi me tropiezo con el bol de cereales que me había dejado. Lo devolví a la cocina sin haber probado bocado.
Estaba realmente nerviosa. Esa situación era un poco surrealista. Hacía una hora nos estábamos abofeteando y odiándonos a muerte y ahora habíamos quedado para salir por ahí.
<< ¿?¿?¿?¿?¿?¿? Menuda rallada de cabeza... >>
Me planté ante su puerta y le di 3 golpes secos para que me abriera.

Y allí estaba él. Se había puesto unos vaqueros caídos que dejaban entrever sus calzoncillos de “Calvin Klein” y una camiseta negra de manga corta. El pelo se lo había engominado ligeramente dándole un toque rockero y desenfadado.

-Hola.

Ambos sonreímos vergonzosamente.

-Pasa y siéntate. - comenzó.

Por primera vez veía su casa. Era prácticamente idéntica a la mía salvo por la decoración, claro estaba. La suya era muy moderna y con muebles de diseño.

-Me gusta tu casa Paolo. Tienes buen gusto.

-Bueno, en realidad fue mi madre la que la decoró. Ella es diseñadora de interiores...y bueno, ya te puedes imaginar.

-¡Ah! Bueno, me gusta de todas formas.

Volvemos a sonreír y cada vez nos sentimos más tontos. ¿Qué nos pasa?

-¡Ponte cómoda! - gritó el anfitrión mientras se alejaba hacia la cocina para traer unas bebidas.

Fui a sentarme al sofá, que parecía muy mullido y cómodo. Me senté. En efecto lo era. Paolo volvió con dos coca-colas y dos vasos haciendo malabarismos.

-Muchas gracias. - dije mientras me servía.

-De nada. - sonrió.

Nos pusimos a hablar de todo lo que había pasado. Fue muy extraño hablar de ello, era como si nunca hubiese pasado nada malo entre nosotros, pero nos complementábamos perfectamente y parecíamos amigos íntimos que quedaban una tarde simplemente para tomar algo.
Su cara era perfecta, sus facciones varoniles y tenía esa barba de 3 días que tanto nos pone a las chicas. Si, definitivamente tenía claro que Paolo era él, el hombre con el que toda chica desearía estar a pesar de su temperamento y su carácter gruñón y pasota, la persona con la que compartirías tu vida y con la que quería estar. Al fin, y en tan poco tiempo que parecía surrealista lo había encontrado, era el amor de mi vida, y lo tenía junto a mi.

-¿Quieres ir a comer a algún sitio? - preguntó interrumpiendo mis pensamientos.

-Si claro, me encantaría, subo arriba a por mi móvil y la cartera y bajo.

-¡Ah no! ¡De eso nada! ¡Pago yo! - dijo el señorito.

-No, en serio, me sabría fatal... - anuncié mientras caminaba hacia la puerta.

Y entonces él me cogió por la cintura y se acercó ligeramente al lóbulo de mi oreja.

-Insisto.

Ese acto me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo de arriba abajo. Esa situación era demasiado tentadora, lo tenía a escasos centímetros y sentía que las piernas me temblaban. Y entonces me giré, le miré a los ojos y le di un suave beso en los labios.
El beso fue pausado y pude saborearlo perfectamente. Nos estuvimos besando un rato mientras sus manos jugaban y se desplazaban por mi cuerpo hasta llegar a mis caderas. Pude llegar a notar el roce de su lengua con la mía, cosa que me excitó aún y le tuve que parar.
Nos quedamos mirándonos durante escasos segundos que parecieron años.

-¿Qué estamos haciendo Paolo? - pregunté incrédulo ante lo que acababa de pasar. Él calló.

Se deshizo de mis caderas y me cogió de la mano.

-Anda, vayámonos a comer que falta nos hace. - dijo esbozando una pequeña sonrisa con la que pretendía cortar la tensión del momento.

Ignoramos ese momento aunque ambos lo teníamos muy presente en nuestras respectivas cabezas, no llegábamos a “desconectar” del todo...era como si no quisiésemos estar alejados el uno del otro aunque nos lo propusiésemos.
Salimos de su casa y nos dirigimos a un restaurante italiano situado a unos pocos minutos andando de la finca.
Al entrar al local vimos a un par de parejas comiendo amenamente, charlando de como les había ido el día, los problemas del trabajo etc. Yo desde niña siempre había creído en los “cuentos de hadas”, siempre había soñado en encontrar al hombre perfecto, tener un trabajo y una casa perfectos y fundar una familia...lo que cualquier persona querría, al verlos me entraba un poco de envidia...sana, creo.
Estaba todo adornado con motivos italianos, y habían jarrones llenos de pasta seca como decoración, era bastante acogedor a primera vista.

-¿Mesa para dos? - preguntó un camarero con acento italiano acercándose a nosotros.

-Si, por favor. - respondió Paolo caballeresco.

El amable camarero nos dirigió hasta nuestra mesa, al lado de un enorme ventanal del segundo piso, donde se podía contemplar a la gente pasar por la calle.

-¿Carta o Menú? - preguntó de nuevo el hombre.

Paolo y yo nos miramos.

-Mejor de carta, gracias.

-Estupendo, aquí se la dejo.

El camarero se fue dejándonos las cartas.

-Vaya...está todo en italiano...no entiendo nada. - dije casi avergonzada.

-No te preocupes, yo te lo traduzco. - se ofreció Paolo.

-¿Sabes italiano? - pregunté incrédula.

-¿Qué pasa? ¿Es que mi nombre no lo dice todo?

Nos empezamos a reír, la verdad es que tenía razón, pero nunca lo había pensado.

-Si, hablo italiano, inglés y español. Mi madre es italiana a si que es de familia. - sonrió.

-¡Vaya! Ojalá yo supiese italiano, que envidia me das... - puse cara de enfurruñada.

-Bueno, te puedo enseñar algo si quieres...

-Bueno, según surja, si algún día me pierdo en mitad de La Toscana te llamaré sofocada.

Volvimos a reír.

-Vaya, has dado en el clavo, mi madre es de La Toscana.

-¿En serio? Me encantaría ver Italia, debe ser precioso.

-Si, la verdad es que lo es...

Nos quedamos otra vez ensimismados hasta que Paolo desvió la vista hacia la carta.

-Yo creo que pediré los Spaguettis, los de este restaurante están buenísimos. - anunció.

-Está bien, entonces yo pediré lo mismo. - concluí dejando la carta en el rincón de la mesa para que el camarero la recogiese fácilmente.

Le pedimos nuestros platos al camarero y nos pusimos a hablar de nuestras cosas.

-Pues sí, desde que era pequeño me han hecho aprender italiano e inglés, la verdad es que ahora lo agradezco, cada vez que voy a Italia puedo hablar con mis abuelos en italiano.

-¿Cuéntame algo sobre tus padres? - pregunté curiosa.

-A ver...por donde empiezo...Mi madre se llama Isabella, nació en La Toscana y le encanta ir de compras, es diseñadora de interiores como ya sabes y hasta hace 2 años tenía cáncer de mama, afortunadamente lo superó y ahora se encuentra mejor que nunca.

-Vaya, lo siento. - le sonreí a modo de apoyo.

-No pasa nada, ahora ya está bien.

-Bueno, ¿Y qué me dices de tu padre?

-Pues, trabajo con él, es el jefe de una famosa revista de coches y yo le ayudo con las cuentas etc. Y le encanta tocar el piano.

-¿En serio? ¡A mi padre también!

-¡Vaya qué casualidad!

-Oye, pero, ¿Tú estás estudiando?

-Si, este año es el último en Empresariales, seguramente lo acabaré en Londres, es la última semana del curso.

Aquello me dejó de piedra. No simplemente iba a visitar mi ciudad favorita, sino que no lo iba a ver en una semana.

-No me lo puedo creer... - susurré.

-¿Qué pasa? - preguntó asustado por si me pasaba algo.

Le tiré la servilleta burlonamente a la cara mientras le gritaba.

-¿¡Vas a visitar mi ciudad favorita antes que yo!?

-Bueno, yo no tengo la culpa...

Le hice el “evil eye”...que mala leche...nunca había visto Londres y ahora iba él y lo iba a hacer antes que yo.

El resto de la velada estuvimos comiendo tranquilamente mientras yo le contaba cosas de mis padres, de América, mis amigos...sentí una pequeña punzada en el corazón al recordar a Eric, ese amor que tuve desde que empecé el instituto...aunque ahora tenía otra persona en quien pensar.

Salimos del local después de que Paolo se ofreciese a pagar la sustentosa cuenta. Estuvimos dando vueltas por la ciudad, mirando los mercadillos de verano que estaban puestos por los calles, hasta me regaló una pulsera bañada en plata con un azabache incrustado.
Fue un día perfecto, parecíamos una pareja de enamorados...en realidad lo estábamos, solo que aún no lo sabíamos ninguno de los dos.

4 comentarios:

  1. Al fiiiin! :)
    Me encanta!

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  2. :) gracias! A mi si qué me gusta tu historia :D!!

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  3. "...y tenía esa barba de 3 días que tanto nos pone a las chicas." Esa frase me ha "matao" XDDDD Como me he reído, Dios. x)

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  4. jajajaja! Pero es verdad o no? Esa barbita siempre nos pone, les da ese toquecito de malote ;) gracias por comentar Katia! TQ (L)

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